Margarita
Tal vez suene tonto, y quizás redundante, pero para mí, siempre, Margarita, tú has sido la flor más bonita. Blanca, con colochos dorados rodeando tu sonrisa de medio sol. Incluso en la luna más oscura, tu visión me dio protección, y en las mañanas me ayudó a ver el cielo. Cuando caí en el desierto, sin agua, quemándome entre recuerdos dolorosos, mientras una parte de mi aún estaba encerrada en cuevas profundas de mi propio océano, tú alimentaste con paciencia mi impulso de ser. Cada salida a comer, cada mirada con la pregunta abierta: “¿Cómo te puedo ayudar a ser?”, sostuvo mi alma, mientras vivía la cárcel de un pasado incomprensible que por momentos me quitó la libertad. Tú no lo sabes, pero sentí tu protección y tu amor, aun cuando estaba congelada de miedo, sin poder avanzar. Vi tu mano extenderse para entregarme mi primera carta de libertad: ese primer trabajo que me recordó que yo tenía las llaves de la celda donde había elegido estar. Recuerdo, con pena y tristeza, el día en...